domingo, 17 de febrero de 2013


Título: Blade Runner
Director: Ridley Scott
Dirección artística: David Snyder
Estados Unidos, Warner Bros Pictures, 1982, 117 min
Género: ciencia ficción

La huida hacia la tierra de un grupo de seres, llamados “réplicas” , hechos a nuestra imagen y semejanza, pero con una fuerza mayor y carentes de emociones, desata  una persecución para eliminarlos, por parte de un policía reintegrado al cuerpo especial Blade Runner, grupo encargado  de eliminar las “réplicas” que de alguna manera logran emanciparse; en su búsqueda el policía encontrará lo inconcebible: una naturaleza con una lógica nunca antes vista, el reflejo terrible de los más recónditos y antiguos miedos humanos.

Hablar de Blade Runner  implica mencionar toda una tradición en el cine y la literatura de ciencia ficción, donde la mirada hacia los avances tecnológicos va en contraposición a la calidad de vida humana y del planeta; esta visión se le ha llamado Ciber Punk, y la presente película inicia esta tradición en la historia del cine.

Es de destacar que a pesar de ser una película de 1982, no tiene nada que envidiarle a las películas actuales del mismo género, al contrario, esta fue pionera en aspectos como el gran cuidado y detallismo puestos en la ambientación y en las escenografías reales (no creadas en computador) con el gran aporte de un mundo oscuro y decadente,  donde solo habitan aquellos que no son aceptados más allá de sus confines.

A pesar de ser la inteligencia artificial el principal tema de la película, de este se desprenden numerosas escenas, diálogos, situaciones donde se desarrollan temas que complejizan y enriquecen la historia, tales como la memoria, la identidad, la emancipación, y la tendencia humana a destruir o aislar lo que amenaza su condición de superioridad y dominio.

Alex Ramírez. 

miércoles, 13 de febrero de 2013


Huellas dactilares olvidadas en la arena.





Turbulencias al despegar, un tinto viendo la serie “The big bang theory”, leyendo revistas que anuncian el carnaval de Barranquilla, los penthouse del futuro, la tradición del caucho en el Amazonas, el tenso viaje de las tortugas bebé hasta el mar, las grandes boutiques del centro histórico. Todo un paquete comprimido de posibilidades para atrapar al viajero, que no se apega a un plan establecido, que como las tortugas bebé, van disminuyendo en número a medida que van acercándose a la playa, hasta quedar dos o tres; viajero que aún debe cumplir con lo que se exige de un turista, todo ese reino de poses, actitudes y ademanes, que debe culminar en una foto, como el mar ansiado de la tortuga: una fotografía que los librera de la angustia de estar entre el nacimiento y la muerte,  entre los espacios intermedios, por los que se pasa sin dejar huella. La foto, como el mar, ya fijó nuestro destino, tortuga jorobada, dulce amiga mía.
Voy hacia el mar con una identificación vencida hace dos años, como si mi identidad caduca al llegar al barrio la Campiña, solo sirviera para rememorar lo que fui. La expectativa de saber de mi tía Sonia crece, aquella tía que nos brinda alojamiento, a mi hermano Mauricio y a mí, mientras emprendemos la búsqueda de un músico desaparecido en la Ciénaga de la Virgen, una leyenda de la cual se sabe poco, llamado “El hombre manatí”; recuerdo a Sonia como la amiga que nos llevaba a jugar billar, la alcahueta,  la cuñada y amiga de mi mamá, la joven de la familia, la rebelde, la única de las hermanas de mi papá a quien el mar sedujo con la promesa de perderse en su espesa indeterminación, condenada a vagabundear por la noche tibia como un sueño sin nombre. Ahora me pregunto cómo salir y no he podido, mi tía Sonia abarca un recodo de mí  en donde no existen orillas.
Ha subido de peso, más que sus arrugas, su nuevo acento y su piel morena me entregan una imagen nueva de ella que no ha abandonado su carácter y determinación, nos bajamos del taxi y le entregamos la “cava”, un refrigerador de icopor que le envían desde Bogotá, porqué allá son más baratas; mi tía Sonia vende refrescos, bolis, jugos, arepa e huevo, bollo e yuca, patacones rellenos, en un negocio que tiene ubicado al lado del centro de salud y al frente de la iglesia cristiana del barrio la Campiña, en Cartagena; hace tres años colocó una carpa grande de fuertes varillas, allí la deja todas las noches y nadie se la quita, nadie la invade, guarda la estufa y demás utensilios en el parqueadero de una amiga, y los motociclistas que también la conocen, la llevan a la casa con la cava casi vacía; cuando llega a la casa la reciben su hijos Junior, Dayana y su gato, que es muy perezoso y llega de ultimas a la puerta, seguramente por los 38 grados centígrados que lo hacen sentir pesado, tal vez por eso los gatos de Cartagena son tan perezosos, han renunciado a la levedad, a cazar, a esconderse de la gente, son de plomo,  solo les falta dormir en mecedoras y cantar con cierta queja o vibrato, sendos vallenatos a toda voz, para parecerse a sus dueños.
Dayana y junior no se parecen mucho; ella es activa, bullosa, incansable, terca; tiene nueve años y se levanta de lunes a viernes a las cinco de la mañana para irse al colegio, es complicado a veces levantarla porque se acuesta tarde, se pone a ver televisión o a jugar y olvida de preparar los jugos, empacarlos en pequeñas bolsas y alistar la masa para las arepa e huevo, aun así tiene que hacerlo y cae rendida; Junior es flojo, así le dice su mamá “ junior, ¡tú eres flojo, eres flojo!” y presiento que va terminar convenciéndose de eso; es muy consentido y tiene un extraño hablar, las “erres” las convierte en “eles”, arrastra las “eses” más de lo común, las arrastra tanto que desaparecen.
Mientras yo enseño a leer a Junior, Dayana me enseña a empacar los jugos, inflamos las bolsitas donde Dayana deja caer el jugo con gran medida y exactitud,  mientras mi hermano sigue con la determinación de encontrar al mítico hombre Manatí, a esa figura incansable, el deforme, el genio, el forjador de nuestro viaje a su origen resbaladizo, el compositor sumergido en su historia: un suicidio en el fondo de la Ciénaga, una enfermedad incurable, un legado casi desaparecido; ¿Qué es el hombre manatí? Es la pregunta que nos hacemos todas las noches, mientras el marido de mi tía llega cansado de trabajar en la moto, repartiendo pedidos, y como un zombi de tierra caliente, devora insaciable pedazos de imágenes que succiona de la tele.
La primera pista nos llega de parte de mi tía, un grupo de vallenato puede saber algo del monstruo sensible, del mamífero de las aguas: “los internacionales”. Madrugamos al negocio, donde llegan a tomar tinto, y de allí inician su jornada como prestamistas, mi tía es una de sus clientes asiduas; hablamos con dos de ellos, pero no saben nada del asunto, cantamos unos vallenatos de su autoría, se despiden de mi tía Sonia con el nombre de “Diana”. Era la única mujer en el negocio, ¿cómo pensar que se trataba de otra mujer? Seguramente una equivocación, olvidaría su nombre, no le dimos importancia; los internacionales nos prometieron un contacto que podría saber del hombre Manatí, también estábamos interesados en las composiciones de los Internacionales; el próximo paraje sería Bayunca.
Lo primero que se distingue al entrar a Bayunca es la música: En la cuadra de la champeta los Pikó colisionan con sus beats las burbujas de la cerveza, los vidrios de las casas, el pecho acelerado de las mujeres; un flujo de personas que salen y entran de las flotas se confunde con los que salen a pasear o bailar. Bayunca es un corregimiento a unos veinticinco kilómetros del centro histórico, algunas casas construidas en madera se consideran de invasión, sus habitantes no tienen un acueducto, y los que lo tienen tuvieron que pasar 185 años de sequía y una buena temporada de agua potable “gorda” como ellos llaman al agua salada que salía de los grifos . Ya en el corazón del corregimiento, los niños se asoman con sus madres en el portal de sus casas y nos miran con curiosidad; seguimos siendo turistas, extraños, a pesar de cantar vallenatos con ellos, a pesar de no querer usarlos, ¿por qué no nos contentamos con ellos, en vez de continuar con la búsqueda inútil, de aquel que se sumergió en las aguas, deforme por su enfermedad incurable? los internacionales nos acompañan en nuestro desasosiego; Henry carrascal, voz líder del conjunto, me dice que en la música, si una persona no tiene apoyo, o la posibilidad económica, termina en el anonimato, por más buena que sea.
Mientras mi hermano persiste y busca la forma de no decaer, yo intento grabar los rastros de aquel que fue o no será, en la cinta de mi cámara: la  larga carretera semidesértica que lleva a Bayunca, el bus de cortinas rojas detenido en el tiempo, las rocas oscuras en la playa; todo me lleva a la incertidumbre y al rechazo, a separar dos mundos en Cartagena: en uno se realiza el simulacro de la memoria histórica, la cultura oficial, el itinerario del turista de hoteles y suites; en el otro se vive la cotidianidad de su habitantes, en zonas aledañas al centro histórico o periféricas a Cartagena, donde la prioridad no es el turista, quien está ausente: aquí el cartagenero ya no es un subalterno con un papel aprendido.
En la cotidianidad del barrio la Campiña, sus jardines tranquilos en el día, sus fiestas de “pick up” donde a media noche aparece la policía por el exceso de ruido, donde se fuma, se bebe y se habla en la calle con tranquilidad. los coloridos carteles anuncian el concierto de “Rey de Rocha”, ídolo de la champeta, por el camino hacia Basurto, donde se va hacer mercado barato; el olor acre anuncia las moscas caminando sobre el pescado expuesto a un sol de 40 grados, moscas que se pasean por el botadero de basura, la carimañola y el salchichón, en medio de la canícula; la ciudad cambia cuando se viaja hacia el centro histórico, el ambiente popular desaparece y los vestigios son de un folklorismo acartonado, sin huellas propias; el centro histórico carece de vida autentica; detenido en el tiempo, se repite diariamente a sí mismo, como en la película “the Truman show”: un joven indígena se pasea a diario frente a los hoteles, las boutiques, los restaurantes, con un atuendo de indio americano,  estilo Cigarrillos “piel roja”, se toma fotografías con los turistas, se abraza fraternalmente con ellos y luego recibe el pago por su servicio; hay guías turísticos que explican la historia de las plazas, parques y edificaciones, mientras un grupo de jippies argentinos interpreta pésimas canciones de rock en español, desaliñados alaridos que no son recompensados por nadie; las masajistas en la playa olfatean tu presencia, apenas pisas la arena, estás condenado, hay tres o cuatro sobre ti, te cogen los pies, la espalda, te convencen de estar “estresao” y al final lo logran, cuando te piden cinco mil pesos por el masaje de pies, cuando en realidad habían dicho que era una “muestra gratis”; en la plaza del reloj, los negros bailan con cuerpos esculturales y cejas depiladas, orgullosos, repitiendo incansablemente los mismos pasos. El simulacro me incluye, fascinado por lo exótico,  pero no puedo tomarle fotos a nada, estoy paralizado, quiero tomarle fotos a los turistas europeos que toman fotos, idénticos en sus poses, sus ropas, pero me arrepiento, solo puedo observar en silencio, asumiendo mi cuerpo como una cámara ambulante.
Madrugo el domingo para ayudar a mi tía en el negocio,  relevo a Dayana recibiendo plata y repartiendo vueltas, Junior duerme en la Hamaca sin enterarse de nada, mi hermano llega con una grabadora de mano, entrevistamos gente. Indagan sobre el monstruo de la canción: “me lo imagino gordito, de pronto de baja estatura y de buena composición muscular/ una combinación de las razas/ con cuerpo de pez y cara de hombre/  de pronto sin brazos, sin piernas, con joroba, con…no sé /deforme…/  para mí sería una persona normal y le dio la enfermedad y no sé cómo quedó/ puede ser con las partes de una vaca/ no sé si sería blanco, si sería negro si sería inteligente, no sé.”; hablan de su música: le gustaba tocar mucho buyerenge, tocaba bien la gaita y otros ritmos folclóricos de la costa / yo he escuchado esa música , en la radio, pero no sé si era de él /También contaron de sus posibles reencarnaciones, en el cuerpo de “el cóndor”, un personaje de la zona, que después de tocar al lado de los Inéditos, los Hijos del Sol, el Joe Arrollo y Mickey Sarmiento, terminó en los buses rebuscando monedas, olvidado y drogadicto. Un hombre nos pregunta algo que nunca nos habíamos preguntado a nosotros mismos “Y ese hombre manatí, ¿cómo es el nombre de él?”
Todas estas voces son amigos, gente que se cruza o tienen que ver con el negocio de mi tía, a la cual vuelven a llamar con el nombre de “Diana”; no es equivocación, desde ese día empiezan las indagaciones con mi  hermano, sobre la identidad de mi tía, mientras tomamos avena helada y palitos de queso al desayuno. Huye de algo, se esconde, no es una prófuga, pero huye, está acostumbrada a tener muchas deudas, amores tormentosos, a no estar en un solo lugar “¿Por qué es que te dicen Diana?” Le pregunto un día a quemarropa, “por el clima” y pienso qué tiene que ver ese calor tan berraco con el cambio de identidad. Tal vez un día amanezca con resaca a la orilla de Boca Grande y alguien me llame “Ernesto”.  Desde ese día sé que será el secreto de mi tía, la que nos cuenta todos sus líos diarios, sus tribulaciones cotidianas, que no se reserva nada o casi nada, que se mantiene de puro milagro, que a pesar de tener deudas hasta el cuello demuestra una generosidad casi absurda, mi tía que abre un hueco para tapar otro, que tuvo una cigarrería grande, lejos de la Campiña y quebró, “ seguramente un préstamo en un banco que no pudo pagar” dice mi hermano, el la conoce más que yo. Dayana me dice que hace dos años la llaman Diana, que no recuerda con exactitud cuándo, cómo o quien la nombró así. Pienso en su identidad, que no es solo su nombre: la adquisición casi absoluta de las tradiciones, el habla, los ademanes, la comida y la forma de vida del costeño; su hombre, Ricardo, es costeño, pero tienen una relación simbiótica, parece que mi tía hubiera absorbido de el toda la espontaneidad, desparpajo, descaro y exhibicionismo, aquella caricatura del costeño que nos ha dejado las telenovelas ambientadas en la costa caribe. Ricardo es reservado, es un enigma, se le sacan a ganzúa las palabras,  tiene una alegría contenida que resulta amena. Parece que los uniera un juego de espejos, donde ambos resultaran convirtiéndose en el reflejo del otro, en el abandono constante en el presente, sumidos en un bienestar que se puede desbordar en cualquier instante. Sin embargo, la Sonia de mi infancia, también es la Diana que sigue hablando de mi mamá como “la berraca que nos sacó adelante”, una tía que admiro, aún no sé con exactitud porqué.
A fuerza de no encontrar al hombre mamífero, que caminó en dos patas cuando de músico, levantaba muertos con su son, por petición de mi hermano me he disfrazado de él, de la bestia humana, comparada solo con ese hombre elefante, que burlado por su aspecto, se aisló en un circo miserable, en la película de Lynch. Envuelto en una piel sintética, me retuerzo, atrapado en la oscuridad, registrado en un video cuya cinta dará testimonio real de lo que no encontramos fielmente en las palabras de los negros, en la memoria de nadie; finalmente ha llegado el momento de decir que el hombre Manatí no fue más que una invención, que de lo que trata esta crónica, es de la realidad que no fue, no es,  no será, o fue de otra manera. Las metamorfosis ocurren sin percatarnos. Quisiera convencerme a mí mismo de que aquel espectro podría visitarme una noche a saldar cuentas, a reclamar su identidad en la tierra, llevándome a quien sabe qué infierno a pagar la ofensa de la suplantación, como en las crónicas de Gan Bao, en la China medieval, donde el mundo de los muertos coexistiendo con el de los vivos, no era considerado una ficción. Quisiera despertar un día frente  a un furioso hombre Manatí, que viene a llevarme, ya viejo, a morir en su paz, en su venganza.
El único consuelo que nos queda lo encontramos en la plaza de Basurto, una tarde que sacamos tiempo para los imperdonables souvenirs, entre los cuales elegimos una docena de pulseras, moluscos con imán para la nevera, un plato en alto relieve de las murallas de Cartagena, un par de monederos tejidos, y finalmente, sumergido en una muchedumbre de dinosaurios, un manatí de juguete que al presionarlo, lanza chillidos involuntarios, incoherentes con su mansa figura.  

Alex Ramírez


miércoles, 6 de febrero de 2013


Título: La parada de los monstruos
Director: Tod Browning
Estados Unidos, Metro Goldwyn Mayer, 2004
Presentación: DVD
Género: terror

Un enano puede ser motivo de burla en muchas ocasiones, desafortunadamente ocurre, pero que además de eso, una trapecista quiera casarse con él para chuparle su dinero y alejarlo de su verdadero amor, ya no puede ser motivo de risa. En el circo donde trabajan, hay ciertas solidaridades y prejuicios; algunos, como el payaso Phroso, apoya y defiende a los llamados “monstruos” pero otros, como Hércules, los odian y les tienen aversión. Entre ellos está un hombre que solo tiene la mitad de su cuerpo, niños micro encefálicos, la mujer siamesa, la mujer barbuda, entre muchos otros. ¿Qué pasará cuando la cruel verdad de este matrimonio salga a la luz?

Este clásico de los años treinta, se ha convertido en una película de culto en el género de terror, no solamente por haber sido un fracaso de taquilla en su época, y crear tal controversia, que no solo horrorizó al público, sino a los propios productores del film. Su culto También se debe al arriesgado sistema en que fue concebida: todos los actores que hacen las veces de fenómenos, son naturales: no hay artificios, efectos especiales, maquillaje, toda la gente es real, conseguida en un viaje a diferentes Circos de Estados Unidos.

A falta de los efectos especiales de la actualidad, el horror se presenta más crudo por ser real, entonces el efecto de sobrecogimiento se duplica: en la famosa escena donde los freaks aceptan a la trapecista como “una de los suyos”, el aterrador desenlace, sin precedentes en el cine de terror, demuestra que el carácter monstruoso nada tiene que ver con las apariencias.

Alex Ramírez

martes, 5 de febrero de 2013


Título: Lila Downs y la misteriosa en parís
Publicación: Emi Music, 2010.
Descripción física: 1 disco compacto sonoro (68 minutos) digital, estéreo
Género: música mexicana.

Saxo, guitarra, batería, arpa, acordeón y  violín. Sones de mariachi, cumbia, cantina y dolor.  Voces de protesta, sensualidad y fiesta. Así es Lila Downs, que nos dice “Este mundo material, solamente es pasajero” bailando mientras desafía a la muerte, en su concierto del 2010, en París.

Este álbum es el segundo en vivo realizado por la Mexicana Lila Downs, en él está recogida toda su versatilidad, sus más de veinte años de carrera musical, toda su entrega a la música y al sentido de ser mexicano, de estar hablando desde Latinoamérica al mundo.

El oyente, no podrá escuchar su música sin sentir el estremecimiento de recobrar algo perdido, pero dicho en su propio lenguaje, como si los fantasmas más antiguos del mundo supieran exactamente por qué la gente de hoy sufre, se ríe y llora.

Y es que Lila Downs se considera una mujer que creció entre la tradición y lo moderno; su música evoca el antaño, pero también la actualidad, ritmos como el pop, el norteño, el rock y el hip hop, acuden a un encuentro afortunado donde dialogan los tiempos, se enfrentan, hacen catarsis, ajustan cuentas, y forman uno solo: el presente efímero en que existe una canción.

Alex Ramírez

sábado, 2 de febrero de 2013





Título del poemario:

Incidentes Domésticos.




Autor: Alexander Ramírez










Alexander Ramírez, nació en Bogotá, en el año de 1980. Cuentista, reseñista y poeta, hace parte de la antología titulada “Cuentos en Bogotá” del programa “Libro al viento”. Estudió Licenciatura en Educación Artística en la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Influenciado por el cine y la poesía visual, por poetas como Jorge Luis Borges o Luis Vidales, su palabra trascurre en geografías diversas, su búsqueda de expresión no tiene trazada una ruta única, sabe errar y encontrarse, reconocerse en otros, ascender y renovar el aliento.













El poema.

En esta hoja baldía
de cuarenta y dos metros cuadrados
habitamos desterrados
con palabras de zinc.

Esta columna
cuyo cuerpo ya no es
el marmóreo verso
tiene grietas, vencimientos
un retumbo de trastes cuando la rabia
no se puede romper
un tumbo de televisor
envolviendo
soledades cuadradas…


Cuatro tigres pueden dormir  su noche
en la ventana y su filo
devorar en sus fauces
el terrible sueño de un techo…

Pero un juglar
 tal vez por un descuido
tras  la  puerta
ha olvidado una saeta.




La música


Tejido hecho al deshacerse
onda de agua
corona de los desamparados
 es la música.

No hay nada
que no esté poseído por ella
aún en la distancia
es imprescindible el contacto
el leve contacto irresistible
la vibración
el ruido sinuoso
de la rosa con el metacarpo
la espina y el cerebelo
el pétalo y la clavícula.

La música lo inunda todo
irremediablemente.




Cowboys

 Treinta años hace ya del duelo
con la sombra mía.
Ninguno atreve disparo al otro
por un azar de suicidio.

Nos han visto las hambrunas
las sequias
y los éxodos
mirarnos repetidamente
las manos oscilantes.

Tan solo ayer
mi sombra atisbó un dejo quedo
un ademán de alevosía.

Hoy
Sentado en la perpetua rockola
del barrio insondable
entono  feliz  viejas canciones
de mi infancia.
Pero el cenit ha terminado:
vuelvo a la batalla cruenta.



Los suicidas


Miran el cielo con el ardor
del que ama, lo que no se
deja poseer.

Tienen en el borde del labio
el deseo desmedido
y las noches en que en una taberna
 olvidaron un beso.

Exhaustos, en medio de
 habitaciones sin orillas
salen con sus últimas brazadas
y ahogan un grito, en el fondo del rio.

Cuando acercan el oído a una pared antigua
escuchan una música
improvisada, caótica, dispersa…
el canto de una nana y su olor de leche.

Nadie sabe
qué pasará con un suicida.











Algoritmo


Una ecuación
se extiende en verde
en el rincón
olvidado de la casa.




Danza.


Si me quitaran las cosas que aún no he visto
lo que aún no existe y  todavía no espero
si las cosas tuvieran una sola forma
y el pájaro imitara su trino infinitas veces
si me viera en el espejo un mismo rostro cada día
entonces mi memoria no sería estas letras en arena
esa brisa que roza las ventanas y deja un ruido leve
esa  compleja coreografía de las ramas
en la arboleda
contenida, impredecible.



Retaliación

Los edificios salieron de la tierra
para evitar que el sol
ayude a los árboles, a salir del pavimento
y se apoderen de las calles
de los centros comerciales
y los café internet…

Pero una luz se filtra en las ventanas
de las urbanizaciones
y las raíces, como flechas invisibles,
nos atraviesan  los ojos
en la noche.





Ana María tiene


Ana María tiene en vez de labios
una semilla húmeda que se abre
para dar frutos
tiene dos mujeres en su cadera
la una blanca
la otra negra.
La blanca le ha dicho que su piel
es de madera tallada
la negra le ha dicho que los hombres
afilan un cuchillo en la montaña.

Ana María tiene un carrito de plátanos
que heredará a su hijo Martín
porque la negra que lleva dentro es orgullosa
del trabajo tenaz
que convierte al niño en hombre.

Ana maría me roba un poquito de mi soledad
cuando me abrasa
con sus manos de velo agitado por el viento
con sus manos de negra sudando a medio día
con sus manos que amaron hombres
de otros tiempos
y mudaron de piel

Ana María no nació en el ochenta y tres
como todos creían
nació cuando los volcanes se agitaban bajo tierra
y las mujeres se ajustaban el corsé
para asistir a las ejecuciones
nació en el ojo de la luna de Melié
y en el Cereté que lleva  Raúl en el pecho
como un corazón de fruta madura…
nació un día que yo no pude verla
porque estaba pateando piedras
en el patio de mi casa
esperando una banda de escarabajos
que me salvaría
tal vez me salvaría.







Caballos acústicos



Húmedas luces
coros cómplices
un trago.
La boca, Marisé
rodeada de risa.
Nosotros en tiempo inverosímil funden
caballos acústicos
la cebra ella tan larga
picando notas
nadando en el vapor…
olas de jóvenes asombrados sin sombrillas
de sus ropas se gotean
como palabras desbordan botellas vacías
cuerpos puros desvelando color
girones de brazos en círculos
tornan verdes
brillo de rojo torso
movimiento ágil de camaleón…

Pasos negros no son sombras
son, Marisé
Son de mi tormenta ajena.




Título: El gran libro de la ilustración contemporánea.
Textos: Martin Dawber
Coordinación Editorial: Tomás Ubach
Parramón Ediciones, S.A. 2009
Rústica

Cuando observamos la carátula del libro, vemos a un grupo de personas frente a unos  cuantos computadores, pero, algo emerge delante de ellos, que tiene vida, avanza, crece y se hace mas grande, algo que puede ser una metáfora del oficio de ilustrar en la actualidad.
Ilustración es una palabra cada vez más familiar para todos, más cercana y visible, ya que nuestro mundo contemporáneo se llena con inusual velocidad de imágenes a cada instante. Pero no todos los que manipulan o juegan con una imagen, se pueden llamar  ilustradores. El trabajo del ilustrador  consiste en comunicar una idea claramente, o aventurarse en terrenos desconocidos, cercanos al arte, que van de la mano con las técnicas de su momento histórico.

Este libro tan atractivo y hermoso, organizado  y  diverso, con una recopilación exhaustiva con más de 1000 ilustraciones de 400 artistas de diversas partes del mundo, tiene una idea detrás de él: la ilustración, que tuvo una crisis desde hace unas décadas, al  enfrentar por vez primera el lenguaje digital, ha reclamado la técnica a favor de la creatividad, la máquina ya no nos domina, sino que nos hace más fácil las cosas. Superada la novedad  técnica, se puede volver, sin prescindir de ella, a técnicas tradicionales que, hibridadas con nuevas tecnologías, pueden resultar novedosas para muchos jóvenes.

Las imágenes no son escogidas al azar, hay una gran calidad en cada una de ellas,  están organizadas  para trazarnos categorías como  “naturaleza”, “entorno construido”, “estilo de vida”, “grafismo”, “comic”, entre otras; estas categorías  hacen más claro el recorrido y ofrecen la posibilidad de detenerse en cada autor, o en técnicas como el collage, la acuarela, o intervenciones en programas como 3D Studio Max, Cinema 4D, Adove Ilustrator o Photoshop.
Al observar detenidamente cada ilustración, no te debe sorprender, que una ciudad esté hecha con retazos de telas, muchos caracoles hayan dedicado su vida a ser taxis, y se hallen embotellados en un trancón, o un grupo de pájaros sin color admiren a un llamativo tucán estrenando botas.

Alexander Ramírez Castro


Título: las estrellas son negras.
Autor: Arnoldo Palacios
Colombia, Ministerio de Cultura, Biblioteca de literatura Afrocolombiana. 2010. 164 Pág.
Rustica.

Israel, negro orgulloso, es uno más de aquellos que trasiegan por el infortunio de ver con suma resignación el destino de ser pobres, en el Chocó, como si de eso se tratara la vida, como si aquello fuera tan cotidiano y natural como ponerse una camisa. Un gobernador hace tiempo, le tuvo prometida una beca para ser profesional, pero nada, definitivamente no salió: fue como un cachazo por la nuca. Nada, desde ese momento, va ser igual para él.

Ya en tiendas como la de Pastor, con una cuenta larga por pagar, es difícil pedir crédito. ¿Qué camino puede existir? ¿Cuál la respuesta, ante un dolor que no da tregua? Más allá de su necesidad física, se halla la furia: matar al gobernador, es la respuesta que encuentra Irra.  En medio de sus delirios y  su incertidumbre, vaga por el pueblo soñando ir a Cartagena, pero en las sombras de las calles dormidas, alguien se encuentra sola, y solo el extravío y la determinación podrán confabular para exorcizar la dura inmediatez, que le impone, el tiempo  y la desesperación.

Otros personajes inolvidables recorren también esta historia, como el maestro Rícar: “Sí…yo soy malo, yo soy borrachín…y todo el mundo sabe que maté a mi mujer. Porque la maté me llaman reo. Pero yo la maté por puta. Tuve el valor de despacharla, cuando los buenos se rascan las güevas… ¡Cabrones!... ¡Gach!...”

Cosa más grande es caminar junto a este protagonista indómito, portador de una voz que reclama lo que le pertenece, sin concesiones con nada o nadie, actuando con la fuerza de su corazón. Con un narrador omnisciente, la novela nos ubica en el filo de la primera mitad del siglo XX, no solo en Chocó, sino en la realidad política del País, en el sufrimiento interior de un protagonista que, ya no vive la experiencia del hambre, con la subjetividad radical y la intencionalidad del joven de la novela de knut Hamsun “Hambre”. Esta vez Israel no desea ese sufrimiento, lo vive a pesar de él, de la imposibilidad de controlar su cuerpo íntegramente. Y no solo eso, su sufrimiento se hace colectivo en la medida en que se aleja un poco de sí y es consciente, que su familia y su comunidad, poseen, irónicamente, este mismo vínculo.

Alex Ramírez.